miércoles, 10 de noviembre de 2021

Hay que aprender a aceptar la naturaleza

Aceptar la vida y todos sus caminos.

Hace muchos años, en los tiempos de Buda, vivía una pobre mujer viuda llamada Kisa Gotami, que tenía un hijo al que adoraba. Un día su hijo enfermó y murió, y ella, loca de dolor, se negó a enterrarlo y lo llevaba consigo a todas partes sin hacer caso de las palabras de consuelo y resignación que la gente le dirigía. Se aferró al cuerpo del bebé y no dejaba que nadie se lo quitara. Sujetándolo con toda su fuerza recorrió la aldea entera, rogando a la gente que le diera una medicina para curarlo. 

Algunos se burlaban de ella, mientras que otros se asombraban o se quedaban perplejos. Lo único que quería era una medicina que devolviera la vida a su hijo. Por fin, alguien le sugirió que fuera a ver al Buda, quien tenía la fama de estar dotado de toda clase de poderes, era considerado un gran santo capaz de hacer los mayores milagros y muy posiblemente él podría ayudarle.

Con nuevas esperanzas corrió a buscarlo. La pobre mujer llegó con el cadáver de su hijo ante el Maestro y echándose a sus pies le rogó, entre sollozos, que le diera una medicina para su hijo. Buda miró con dulzura a Kisa Gotami y al difunto hijo que traía en sus brazos. “Sí”, le dijo, “puedo ayudarte, pero para hacer la medicina necesito que me traigas una semilla de mostaza”.

Fascinada, Kisa Gotami estaba a punto de correr a buscarla. En cualquier casa de la India había una vasija en la cocina donde se guardaban semillas de mostaza. Pronto tendría la medicina para su hijo.

“Sólo que hay una condición”, siguió diciendo Buda. “La semilla debe venir de un hogar donde nadie haya muerto”.

Sin pensarlo más, la viuda, llena de esperanzas, partió para la ciudad y empezó su búsqueda. Kisa Gotami anduvo de casa en casa y en todas partes encontró a personas que querían ayudarla con la mejor voluntad, pero siempre escuchó la misma historia. Aquí una esposa, allá un marido, un hermano o una hermana, una madre o un padre, un hijo o una hija. No había una casa en donde no lamentaran la muerte de algún ser querido. “Pocos son los que quedan vivos; muchos los que ya se han ido. No reavive nuestros tristes recuerdos”. Así le dijeron una y otra vez.

Lentamente, Kisa Gotami se fue dando cuenta que a todos los había visitado la muerte y que ella no era la única que lamentaba una pérdida. Calmada y sobria, miró a la criatura que traía en los brazos y terminó por aceptar que la vida había abandonado su cuerpo. Llevó a su hijo al cementerio y se despidió de él por última vez, y a continuación regresó a buscar al Buda.

Buda le dio la bienvenida y le preguntó si había conseguido la semilla de mostaza. - No – respondió ella -. Pero empiezo a comprender la lección que intentas enseñarme... Mi hijo ya no existe. Ha muerto y lo he enterrado junto a su padre.

Buda le dijo con gran compasión: - Creíste que sólo tú habías perdido un hijo. La ley natural es que todo cambia y nada es permanente entre los seres vivos. Kisa Gotami le dijo al maestro que quería seguir aprendiendo sobre sus enseñanzas, y desde entonces hasta su muerte fue su discípula.

La búsqueda de Kisa Gotami le enseñó que nadie se libra del sufrimiento y la pérdida. Ella no era una excepción. Esa comprensión no eliminó el sufrimiento inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo el sufrimiento que se deriva de luchar y resistirse a aceptar ese hecho.

***extraído de la web***

lunes, 8 de noviembre de 2021

Libre - Nino Bravo

"LIBRE".

La canción “Libre” de Nino Bravo está inspirada en la historia de Peter Fechter, un jovencito de poco más de 18 años, “casi veinte”, que fue el primer alemán que intentó saltar en 1962 el recién estrenado muro de Berlín. Llegó al muro acompañado de un amigo, Helmut Kubelik, que por suerte si llegó rebasarlo, pero Peter, una vez que “extendió sus alas” y se encaramó al mismo, recibió el alto de los soldados soviéticos, pero como dice la canción “marchaba tan feliz que no escuchó la voz que le llamó” y de esta manera, al no ser atendido el alto, dispararon sobre el joven que fue alcanzado por varios disparos y cayó del muro en lo que se denominaba “zona de nadie”.

Allí quedó tendido a la vista de todo el mundo, ciudadanos, periodistas y militares, pidiendo auxilio mientras se desangraba a borbotones, sin poder moverse por la seriedad de las heridas, y sin nadie que se atreviera a recogerlo. Los occidentales tenían miedo de recibir disparos en aquella nueva situación y tan solo se atrevieron a lanzarle un botiquín, que de nada sirvió a un Peter Fechter casi moribundo y a cada minuto con menos vida.

Los rusos a los que pertenecía la zona muerta aguardaron unos interminables 50 minutos de agonía del joven hasta que procedieron a recogerlo.

El pueblo berlinés que presenciaba la escena gritaba a ambos bandos que remediaran la muerte de aquel jovencito, pero nadie hizo nada, incluso las fuerzas occidentales impidieron que ningún civil acudiera a ayudarlo. Al final, en el lugar del suceso solo quedaron flores que fueron lanzadas por los indignados berlineses.

No sería el último en morir en el muro, aun vendrían 260 más. El último fallecido de esta larga lista fue Chris Gueffroy, en 1989, que curiosamente tenía tambien veinte años… Hoy en día hay un monumento en el lugar en el que cayó Peter y también hay una canción cuya letra viene bien releer desde esta nueva óptica.

Nino Bravo la escribió tras la impresión que le provocaron las imágenes que del suceso salieron en la prensa mundial.
La canción que todos hemos canturreado alguna vez decía:

Tiene casi veinte años y ya está
cansado de soñar;
pero tras la frontera está su hogar,
su mundo y su ciudad.
Piensa que la alambrada sólo
es un trozo de metal
algo que nunca puede detener
sus ansias de volar.
Libre,
como el sol cuando amanece yo soy libre,
como el mar.
Libre,
como el ave que escapó de su prisión
y puede al fin volar.
Libre,
como el viento que recoge mi lamento y mi pesar,
camino sin cesar,
detrás de la verdad,
y sabré lo que es al fin la libertad.
Con su amor por bandera se marchó
cantando una canción;
marchaba tan feliz que no escuchó
la voz que le llamó
y tendido en el suelo se quedó,
sonriendo y sin hablar;
sobre su pecho, flores carmesí
brotaban sin cesar.